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2 Deja que la bendición de Dios, te ilumine el corazón, para que sepas bendecir. Nadie prescinde del amor para poder vivir. Observa a los que marchan desdeñosos, ignorando tu presencia, habituados a la convicción de que el oro puede comprar la felicidad. Bendícelos y pasa. Nadie conoce la roca en el cual el barco de la ilusión les inflingirá el desesperado vestigio de la angustia. Ves inquieto a los que se desmandan en el poder. Bendícelos y pasa.
3 Muchos de ellos, simplemente cargan las pasiones que los arrastrarán hacia los hielos del ostracismo o hacia las cenizas del olvido. Contemplas, espantado, a los que son portadores de títulos preciosos, que te exigen consideraciones y tributos especiales. Bendícelos y pasa.
4 El tiempo les cobrará aflictivo impuesto del alma, por las distinciones que les confirió. Escuchas, triste, a los que injurian y maldicen. Bendícelos y pasa. Son ellos tan infelices, que aún no pueden señalar sus propias debilidades Observas, admirado, a los que hacen caso omiso a los más altos deberes, para disfrutar de los placeres locos, mientras la vitalidad robustece el cuerpo joven. Bendícelos y pasa.
5 Mañana surgirán despiertos, en un nivel más elevado del entendimiento. Sí alguien te hiere, bendícelo. Y si ese alguien vuelve a herirte, bendícelo otra vez. No hagas prevalecer en ti la crueldad, para mostrar la justicia, porque la justicia integral es de Dios y todos vivirán para conocerla.
6 Sí tu hijo es rebelde e insensato, bendice a tu hijo, porque él vivirá. Sí tus padres son irresponsables y deshumanos, bendice a tus padres, porque ellos vivirán. Sí el compañero se presenta ingrato y desleal, bendice a tu compañero, porque él continuará vinculado a la existencia.
7 Sí hay alguien que te calumnia y persigue, bendice a los que persiguen y calumnian, porque todos ellos vivirán. Humillado, abatido, olvidado o insultado, bendice siempre. Basta la vida para rectificar los errores de la consciencia.
8 Indagado, cierta vez, por el Apóstol referente al comportamiento que debía observar delante de la ofensa, afirmó Jesús: “Perdonarás no siete veces, más, setenta veces siete...” Con eso, el Divino Maestro deseaba decir que nadie precisa vengarse, porque el autor de cualquier crueldad la tendrá como fuego, en las propias manos.