La Culpa Curso de Tanatología Educativa y Acompañamiento en el Duelo.

1 La Culpa Curso de Tanatología Educativa y Acompañamient...
Author: Francisco José Jiménez Salazar
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1 La Culpa Curso de Tanatología Educativa y Acompañamiento en el Duelo

2 Las emociones sociales La emoción es una reacción subjetiva acompañada de respuestas fisiológicas, motivacionales, cognitivas, comunicativas, etc., cuya finalidad es lograr un estado de adaptación y bienestar.

3 Las emociones básicas, o primarias, se manifiestan desde los primeros momentos de la vida y son, fundamentalmente, inconscientes. Éstas pueden ser: alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa y asco, según algunos autores (ya que otros agregan algunas más). Las emociones conscientes o complejas se manifiestan más tarde, varían según las culturas y podemos llamarlas “sociales”, porque exigen la capacidad de reflexionar sobre nuestra actuación y evaluarla respecto a las normas sociales y al conjunto de las relaciones interpersonales de las que el sujeto forma parte. Éstas pueden ser: vergüenza, culpa, desprecio, timidez, orgullo, envidia, etc.

4 Se les llama sociales porque se originan en un contexto social, en las relaciones, reales o imaginarias, con los demás. En esa interacción social, el pequeño aprende a regular y organizar la expresión de este tipo de emociones. Las emociones sociales derivan de la percepción y el significado que las actitudes y comportamientos ajenos toman a nuestros ojos.

5 Distinción entre pena, culpa y vergüenza Para que se manifiesten la culpa o la vergüenza, es necesario que el niño (y después el adulto) esté consciente del conjunto de reglas, valores, estándares conductuales y fines que presiden su medio ambiente; que haya interiorizado este conjunto, que sea “suyo”. Respecto a este conjunto, evalúa su conducta y su responsabilidad. Se trata, pues, de emociones que exponen al sujeto, directa o indirectamente, al juicio ajeno.

6 El “sentirse apenado” (a menudo se confunde con la vergüenza), constituye una emoción “ligera” y deriva de una violación de menor importancia con respecto a la que desencadena la vergüenza. Se trata de una emoción suscitada por una interacción social en contextos públicos: nos sentimos apenados si tropezamos torpemente, si tenemos una mancha de comida en la cara, si nos olvidamos el nombre de una persona recién presentada, si tenemos los zapatos sucios o si nos sale una palabra equivocada. Nos sentimos observados y juzgados (tal vez de manera excesivamente severa) y el ambiente no nos es familiar.

7 El sentirse apenado tiene una importante función adaptativa: nos obliga a observarnos detenidamente “a través de los ojos de los demás” y esto produce un afinamiento de la capacidad para intuir los sentimientos propios y ajenos. La vergüenza y la culpa nos empujan a descentrarnos y a ponernos en los zapatos de los otros, aunque esto conlleve sensaciones y vivencias más dolorosas.

8 En una primera aproximación, podríamos afirmar que las transgresiones morales generan al mismo tiempo culpa y vergüenza, mientras que los fracasos no morales y los defectos suscitan sólo vergüenza. En realidad la distinción no radica en las situaciones diferentes (morales o no), sino en el modo en que los eventos son interpretados. H.B. Lewis (1971) propone otro modelo: la culpa centra la atención en las acciones (hechas u omitidas), mientras que en la vergüenza se cuestiona a la persona.

9 En muchas ocasiones, culpa y vergüenza pueden existir simultáneamente, sin embargo podemos mencionar algunas diferencias: La vergüenza se suscita ante el fracaso de una persona para “poder ser”, mientras que la culpa apunta a una falla en el “hacer”. Las personas dominadas por la vergüenza creen que hay algo intrínsecamente malo en ellas como seres humanos, mientras que las que tienen sentimientos de culpa piensan que han hecho algo malo que debe castigarse.

10 Las personas con sentimientos de vergüenza, generalmente se preocupan por sus deficiencias, mientras que las que se sienten culpables se fijan en sus transgresiones. Los que sienten vergüenza frecuentemente se ven a sí mismos como seres inútiles, incapaces de alcanzar las metas que se han fijado en la vida; piensan que no son tan listos como sus compañeros, tan atractivos como sus amigos, tan bondadosos como sus padres ni tan interesantes como sus socios. En cambio, el individuo culpable se dice a sí mismo: “ojalá no hubiera hecho eso. He lastimado a otros y me siento mal por ello.”

11 La persona con vergüenza le teme al abandono, mientras que el culpable le teme al castigo. El miedo al abandono que padece la persona con vergüenza, nace de su creencia de que nadie lo puede querer o valorar por estar tan lleno de defectos. Las personas que no se gustan o no se respetan, esperan frecuentemente que los demás las abandonen en cuanto se den cuenta de que no son perfectas. Los que tienen sentimientos de culpa esperan y temen el castigo porque han hecho algo malo y deben pagar el precio. En muchas ocasiones, los factores que originan vergüenza y culpa están tan entrelazados que es casi imposible distinguir uno de otro. La culpa conduce a la vergüenza y viceversa.

12 Origen del sentimiento de culpa Según algunos autores es posible detectar señales de culpa consciente ya en niños de dos años, una edad en la que el pequeño empieza a reconocer cuáles conductas son apropiadas y, sobre todo, a descubrir que en los demás se suscitan emociones que pueden ser generadas por sus acciones. A la edad de tres años, el niño ya es capaz de reconocer los sentimientos ajenos y puede regular su comportamiento en base a las emociones que percibe en los demás.

13 Según otros autores la culpa consciente se origina en la capacidad empática, es decir, en la capacidad de identificarse en los estados de ánimo de los demás; eso estimula a actuar para aligerar el sufrimiento de la persona en dificultad. La capacidad empática se torna en culpa cuando el niño se da cuenta que él ha sido la causa del sufrimiento ajeno (o cuando es inducido a creerlo). Según esta teoría, la culpa nace de la convergencia entre respuestas empáticas provocadas por la observación del sufrimiento ajeno y por una serie de evaluaciones cognitivas: quién es el responsable del daño, si hubo o no intención de dañar, si la acción es o no contraria a los estándares sociales y culturales.

14 También existe otra explicación para el surgimiento del sentimiento de culpa: el ansia de separación y exclusión. Se trata del miedo a perder los lazos afectivos importantes y a ser rechazado por las personas significativas y por la sociedad. Herir o causar daño a otra persona puede ser peligroso porque aumenta el riesgo de abandono y rechazo. Sentir culpa funciona como “prevención” en la actuación de conductas que podrían llevar a la persona a ser o sentirse desaprobada.

15 Con el paso del tiempo el niño va desarrollando una sensibilidad emocional más fina: empieza a “sentir culpa” no sólo por lo que hace, sino también por lo que “omite”. La culpa puede también transformarse en un estado permanente o crónico: se convierte, en algunas ocasiones, en un “rasgo” de la personalidad o en un “estado” o “condición mental”. La culpa como reacción emocional tiene una función “adaptativa” al ambiente cercano, pero en el caso de convertirse en un estado crónico, toma una valencia negativa, de lastre que impide un funcionamiento normal y una relación adecuada con el medio.

16 Muy importante es, en este sentido, el “sistema de atribuciones” que el niño desarrolla: la educación puede favorecer una atribución interna (de ahí la responsabilidad personal) global (origen de la vergüenza) o específica (que origina la culpa). En general, todas las situaciones de abuso, maltrato o elevado conflicto entre los padres, pueden generar formas de atribución interna y sentimientos de culpa crónica. Un ambiente cálido, un afecto no condicionado y ambientes que favorezcan el “cuidado” de objetos-mascotas-personas, ayudan a generar sentimientos de culpa “adaptativos”.

17 Aspectos sociales y culturales La cultura nos da la pauta para la adquisición de las reglas que nos permiten movernos con soltura en el grupo social de referencia. Desde el nacimiento el niño está insertado en las prácticas sociales y culturales del grupo en el que deberá desenvolverse. Por eso la capacidad de distinguir entre violaciones de las normas sociales y las transgresiones a las normas éticas es una conquista fundamental en la primera infancia. La interiorización de normas sociales y morales apropiadas es la base de una buena socialización y adaptación al medio ambiente.

18 Entre las emociones que favorecen la auto-reflexión sobre estos fenómenos, la culpa es ciertamente la que más afianza este proceso, porque implica el desarrollo de la capacidad empática (ponerse en lugar de los demás, “des-centrarse”) y origina estados de ánimo dolorosos cuando se violan los derechos ajenos. El niño aprende a identificar el bien y el mal, reflexionando sobre las reacciones de los padres (lo que los hace felices o los decepciona) y lo que puede evitarle un castigo y granjearle un premio. Con el paso del tiempo interioriza, “hace suyos”, los valores de lo que es bueno y malo.

19 REPARAR LOS ERRORES Significado “positivo” de la culpa Reconocer nuestra responsabilidad respecto a una acción que hemos llevado a cabo, significa tomar una posición “des-centrada” respecto a uno mismo: es como si nos observáramos desde afuera. Nos transformamos en “jueces” de nosotros mismo: nos atribuimos la “responsabilidad” del sufrimiento y empezamos a sentir la culpa. Esta observación puede ayudarnos a detectar dos experiencias fundamentales que pueden suscitar la emoción de la culpa.

20 Cuando las demandas internas entran en conflicto con la capacidad de control de los eventos: un padre no logra asegurar a su familia los medios de subsistencia, un trabajador no puede cumplir con sus deberes profesionales (se ve “rebasado”), un cónyuge siente desinterés hacia su pareja enferma. Hay conflicto entre eventos externos y estándares internos de conducta. La culpa nace por la presencia de demandas y expectativas personales internas que no se pueden satisfacer. El sentimiento de culpa aumenta cuando la persona piensa que hubiera podido hacer algo para prever o mejorar el curso de los eventos.

21 Cuando la persona “hace” o “no hace” algo que ‘debería’ de haber hecho o dejado de hacer respecto a los demás. El sujeto se da cuenta (le “cae el veinte”) que antepuso sus intereses a los de los demás, dañándolos o no ayudándolos, traicionando de esta forma sus ideales. La persona se da cuenta de haber actuado “egoístamente”. Puede también alejar el sentimiento de culpa con “racionalizaciones” (buscar explicaciones “racionales” a su comportamiento egoísta).

22 En ambas situaciones, la culpa puede ser positiva si está circunscrita a situaciones específicas y no involucra a la persona en su globalidad. Es posible que la persona pueda tomar decisiones para “remediar” o llegue a la conclusión que puede “convivir” con su culpa (si no es demasiado intensa). El sujeto puede comprender sus errores y hacer algo para enmendarlos.

23 La culpa empática La empatía permite “detectar el malestar ajeno” y su sufrimiento, y motiva a “hacer algo” para aliviarlo. En el caso de un comportamiento que perjudique a otra persona, si la capacidad empática está bien desarrollada, la persona inmediatamente pensará en cómo aligerar el sufrimiento; si esta capacidad no está bien desarrollada, la persona se preocupará ante todo de las consecuencias personales (legales, de pérdida de tiempo, de molestia) y sólo secundariamente pensará en el sufrimiento ajeno.

24 La culpa empática, además, inhibe conductas hostiles o agresivas: el sufrimiento ajeno (y la identificación con ello) lleva a un mayor control de los instintos agresivos y permite una mayor tolerancia a la frustración. Es como si el sujeto sintiera el deber de no “aumentar” el sufrimiento ajeno; hacerlo le provocaría un sentimiento de culpa agobiante, por lo que esta posibilidad tiene una “función preventiva”.

25 Formas excesivas de culpa empática pueden producir niveles muy altos de sufrimiento y bloquear el deseo de autonomía; esto tiene lugar particularmente en las relaciones familiares. Es lo que pasa en la “culpa de separación” por parte de familiares que no se separan para no crear un sufrimiento (a los padres ancianos, a los hijos menores, a la pareja). También en las actividades de ayuda (médicos, enfermeros, trabajadores sociales, psicoterapeutas) se puede detectar a menudo la presencia de la culpa empática: pueden involucrarse excesivamente y sentir culpa por no haber hecho lo suficiente. Con el tiempo este exceso de culpa se trasforma en su opuesto: indiferencia y desinterés.

26 La necesidad de reparar La culpa (no la vergüenza) motiva a reparar los daños o, por lo menos, a disculparse. El sentimiento de culpa hace emerger el deseo de restablecer el equilibrio alterado por la falta, remediar el mal cometido y recuperar el orden moral quebrantado. El reconocimiento de la propia responsabilidad, de haber hecho sufrir a otra persona, de “no tener el derecho de estar felices a costa de otra persona”. De ahí las estrategias para reparar: aumento de las atenciones, apoyo de todo tipo (emocional, económico, de tiempo, etc.), manifestación de afecto, petición de perdón, etc.

27 La reparación, sin embargo, puede tomar una dirección diferente respecto a la persona que se dañó: si la persona no está al alcance (murió, está en otro lugar, se encuentra incapacitada), la reparación puede dirigirse hacia otros objetos, personas o situaciones; ésta puede ser la explicación de algunas formas de voluntariado o formas de beneficencia. La reparación, en fin, puede ser “enmascarada”: en el caso de una traición conyugal, por ejemplo, quien traicionó puede no revelar su traición a su pareja, sin embargo la culpa puede alentar a una conducta “reparadora”, caracterizada por una mayor cercanía, atención, afecto y aprecio que antes no existían.

28 La culpa, también, permite que el sufrimiento sea repartido con mayor equidad: con mi acción he hecho sufrir a otra persona; es “justo” que con la culpa “también yo” sufra con remordimiento, inversión de tiempo y energías para reparar y restablecer la relación afectada por mi conducta.

29 Culpa y ausencia de intencionalidad No es raro que podamos advertir un sentimiento de culpa aun si no hay la “intención”. Por ejemplo: podemos haber roto accidentalmente un objeto, haber causado un daño en un accidente automovilístico (manejando con prudencia y con todas las facultades alerta), haber olvidado a una persona que necesitaba nuestra ayuda, haber perdido accidentalmente un recuerdo sentimentalmente importante. Estas culpas tienden a “desaparecer” con el tiempo: una mirada más sosegada y ecuánime (y haber hecho lo posible para aligerar el sufrimiento) ayuda a elaborar la culpa sin secuelas destructivas.

30 La atribución de la responsabilidad Cada persona desarrolla una particular modalidad de respuesta a los eventos y un modo de ver las cosas que la induce a buscar explicaciones dentro o fuera de sí. En general podemos decir que el estilo definido de “auto-atribución” consiste en la tendencia a atribuir a sí mismo, y al comportamiento propio, la causa de lo que pasa; mientras que el de “hetero-atribución” induce a pensar que los demás son los responsables, en mayor parte, de determinados eventos.

31 La emoción de la culpa está más asociada a un estilo de auto-atribución: la persona tiende a ver con claridad sus faltas y comportamientos inadecuados y busca formas de “arreglar” los problemas. Lo opuesto sucede con la vergüenza: la persona se retira, atribuye la responsabilidad a los demás y presenta una conducta de aislamiento, asociada a fenómenos de rencor y agresividad. Indudablemente un estilo de auto-atribución favorece una mejor socialización, una buena adaptación a las normas éticas y sociales y es garantía de un desarrollo personal de auto-reflexión y de auto-conocimiento.

32 Lo importante es que la persona sea capaz de discernir con precisión su responsabilidad, cómo evitar situaciones similares a futuro y cómo reparar la injusticia cometida. Una adecuada auto-atribución de responsabilidad y culpa puede motivar a la acción y a la reparación de los errores. Un exceso de culpa puede ser un inhibidor: la persona se encierra en recriminaciones inútiles, pensamientos recurrentes, sentimientos de impotencia, que podrían dar origen, también, a acciones compensatorias o a la negación del problema.

33 Es muy difícil convivir y relacionarse con una persona que tiende a culpabilizar a los demás (familiares, colegas, jefes, subordinados). El chiste del hijo que recibe dos corbatas de regalo y cuando se pone una de las dos, la madre le pregunta: “¿No te gusta la otra?”, manifiesta la dificultad de mantener una relación adecuada con personas que utilizan actitudes culpabilizantes.

34 PATOLOGÍAS DE LA CULPA Sentimientos de culpa crónicos La culpa puede asumir dos formas fundamentales: la primera consiste en una tendencia a responder con culpa a situaciones muy específicas y circunscritas; la segunda, “crónica”, que implica una persistente condición de remordimiento y arrepentimiento no ligados a eventos específicos. La culpa crónica se parece mucho a la vergüenza porque no promueve actitudes positivas hacia los demás y es desadaptativa, ya que afecta la imagen de uno mismo; implica una pérdida de la autoestima y expone al riesgo de trastornos psicopatológicos.

35 Si el sujeto está expuesto de manera prolongada a mensajes negativos, puede manifestarse una distorsión en la lectura de los datos de la realidad. Mensajes repetidos como: “Si tú no hubieras nacido, habría podido hacer carrera”, “Me hace sufrir…”, “Nunca aciertas”, “¿Te das cuenta del mal que me provocas?”, ocasionan en el sujeto una evaluación distorsionada de las experiencias, sintiéndose responsable de todos los sucesos negativos.

36 A menudo la culpa se conjuga con la depresión, con síntomas de ansiedad y con la impotencia. Esta mezcla impide que la persona pueda pensar con serenidad en qué puede hacer para reparar el daño y cómo reanudar la relación. Los recuerdos se vuelven obsesivos, la autoestima va menguando y la auto-imagen se ve afectada. Es lo que a menudo pasa en los niños con padres disfuncionales que no logran resolver sus conflictos: el niño siente el deber de hacer algo para favorecer el bienestar de los padres, pero no lo logra; de ahí sentimientos de culpa e impotencia.

37 Comúnmente esta sensación lleva al aislamiento y la pasividad en un círculo vicioso que se retroalimenta. Cuando nos sentimos culpables, además de una experiencia de fracaso personal, de incapacidad y vivencias depresivas, a menudo encontramos también emociones fuertes de rabia: una tensión agresiva y hostil que puede ser dirigida hacia sí mismo o hacia los demás. En la culpa crónica prevalece la orientación hacia sí mismo. Padres, parientes o hermanos de pacientes psiquiátricos o con graves discapacidades o patologías severas, podrían intentar anular las emociones de ira que sienten por la dificultad que los ha afectado: la culpa crónica cobra su factura a través de una dedicación absoluta.

38 La falta completa del sentimiento de la culpa Esta problemática se manifiesta, con frecuencia, durante la adolescencia y la juventud; edades en las que, asociada a un complejo funcionamiento de la consciencia y de las instancias de control interno, se presenta la incapacidad de regular las tendencias conductuales. Podemos, pues, detectar la ausencia aparente de sentimientos de culpa o de remordimiento por acciones destructivas y violentas contra los demás.

39 Existe cierta incapacidad de verse a sí mismos como responsables de las propias acciones. Se podría pensar en una especie de “coraza” defensiva creada para protegerse de vivencias emocionales negativas y para permitir actuar sin turbaciones. La conciencia falla como “filtro” y fuerza inhibidora de los impulsos agresivos y hostiles. Esta tendencia puede manifestarse también en actitudes fuertemente manipuladoras hacia los demás, no considerados en su valor, sino sólo como “medios” para satisfacer las necesidades personales o para lograr sus metas (por ejemplo, las conductas de conquista sexual).

40 La falta de emociones de culpa, remordimiento y vergüenza, constituye un factor de organización de la personalidad, donde se puede observar: ausencia del reconocimiento de los derechos ajenos (ausencia de empatía); la incapacidad para explicar las acciones llevadas a cabo; la insensibilidad en las relaciones interpersonales; la incapacidad de llevar a término los compromisos; la irritabilidad y la impulsividad.

41 Todas las capacidades “pro-sociales” se ven afectadas: los sujetos consideran la respuesta violenta como una forma de “equidad” para restablecer “derechos robados”, son más atentos a las provocaciones, reales o imaginarias, e interpretan como hostiles señales en sí mismas neutrales. Queda afectada la capacidad de interpretar los comportamientos ajenos: la percepción del otro como agresivo y hostil, justifica la respuesta violenta considerada como “legítima defensa” y no suscita emociones de culpa.

42 CULPA Y RELIGIÓN En nuestra cultura muchas de las normas y de los valores son derivados de las creencias religiosas. La religión ha tenido, y tiene, una importancia fundamental en el establecimiento de los criterios del bien y del mal. Como hemos mencionado, el sentimiento de culpa tiene un rol muy importante en el desarrollo de personalidades capaces de asumir sus responsabilidades, de “sentir” el sufrimiento ajeno y de motivar a conductas “activas” de reparación del daño.

43 Lamentablemente, sentimientos de culpa originados y cimentados en motivaciones religiosas (“has ofendido a Dios”, “Dios te va a castigar”, “Dios siempre te ve y te juzga”, “Dios lleva cuenta de todos tus pecados”, etc.), pueden suscitar culpas crónicas, donde todo es pecado y no hay posibilidad de redención. Algunas propuestas educativas, marcadas con acentos religiosos, pueden ser sutilmente culpabilizantes y generar una vivencia de poca autoestima y de fracaso existencial. Pedagógicamente, es recomendable evitar los mensajes que socaven la autoestima, proponiendo, en su lugar, ayudar a detectar con objetividad las culpas en las que están involucradas la libertad, la conciencia y la voluntad.

44 Puede ser útil, también, ayudar a distinguir entre la culpa por una decisión “errónea” de la culpa por una decisión “mala” (que en sí misma buscaba dañar al prójimo). La tradición católica ha desarrollado un sacramento, el de la Penitencia y la Reconciliación, que ayuda a reconocer las culpas y alienta a la enmienda. Si se conoce, celebra y vive adecuadamente este sacramento, puede ser una herramienta muy positiva, que permite el reconocimiento del pecado (o del “error”) y, al mismo tiempo, rescata a la persona: “Se condena el pecado y no al pecador”.

45 Éste puede ser un medio para recibir el perdón de Dios, y de los demás, y un estímulo para otorgar nuestro perdón a quien nos haya herido. (Muchas de las reflexiones han sido adaptadas de DI BLASIO P. – VITALI R., Sentirsi in colpa, Il Mulino, Bologna – Italia 2001).