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3 Pero en las misas solemnes, especialmente con el obispo y más con el papa, mientras se sigue cantando el aleluya, hay una ceremonia interesante para preparar la lectura o canto del evangelio. Después del aleluya comienza el evangelio.
4 Se trata de llevar el libro en procesión. El libro propio del evangelio es especial. Se llama evangeliario. Antigua- mente (quizá ahora en pocos lugares) era el libro mejor. Cuando se hacía a mano, era con adornos y letras de oro y plata. Y sobre él se hacían los juramentos solemnes.
5 Quien va a leer el evangelio debe ser diácono. Recuerdo que todo sacerdote es también diácono. Este diácono lector suele rezar una oración pidiendo la limpieza de corazón y de labios para leer dignamente el evangelio. Y recibe la bendición de quien preside la misa.
6 Y lo llevan al lugar donde se va a leer. Puede ser “ambón” o no. Esta palabra de ambón se aplica cuando son dos (ambos): el de las lecturas sagradas y el de moniciones. También puede ser que el libro lo sostenga un ayudante. Y se lleva el evangeliario solemnemente en procesión. Cuando es solemne va acompañado por los que llevan velas e incienso.
7 El diácono lector saluda a la asamblea: “El Señor esté con vosotros (ustedes)”. Y antes de hacerse las cruces sobre sí mismo, hace una cruz sobre el libro, normalmente sobre el comienzo del evangelio. Con ello expresa la unión con el libro, que en ese momento está representando al mismo Jesucristo.
8 Esta costumbre comenzó por el siglo X. Puede significar varias cosas: algunos decían que era para ahuyentar al enemigo malo que quiere robarnos la semilla de la palabra de Dios. Sobre sí mismo hace tres cruces: en la frente, en la boca y en el pecho.
9 Otros lo significan con la prontitud en confesar la fe: debemos estar dispuestos a defender la fe con la frente alta, la fe que Jesucristo nos ha enseñado y está escrita en ese libro. También dispuestos a confesarla con la boca y guardarle fielmente en el corazón. Por de pronto es signo de que algo grande vamos a hacer.
10 Todo esto es para que nos demos cuenta cuánto aprecia la Iglesia al evangelio. El incienso nos debe envolver un poco más en la atmósfera de respeto. Entonces el diácono lector inciensa el libro, que es al mismo tiempo incensar a Jesucristo.
11 Este signo de respeto se mostraba muchas veces en misas de soldados en que al comenzar el evangelio se daba un toque de trompeta. También los caballeros desenvainaban las espadas y los reyes se quitaban la corona. Toda la asamblea lo escucha de pie.
12 El diácono lo lee o lo canta. Muchas veces se entiende mejor cuando hay una buena lectura o proclamación. Cuando era en latín se cantaba más, porque, ya que no lo entendía la gente de ninguna manera, por lo menos podían apreciar la solemnidad con el canto.
13 Lo importante para nosotros es que el evangelio sea vida de nuestra vida. Será si sabemos escuchar la palabra de Dios. Seremos benditos. Un día una mujer comenzó a alabar a la madre de Jesús; pero Él, mirando a sus discípulos, dijo:
14 Bendito más bien quien escucha y cumple la palabra de Dios. Automático
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16 bendito quien la escucha y la cumple.
17 Pues ese es mi madre
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20 Hacer CLICK
21 Al terminar la lectura o el canto del evangelio, se dice “palabra del Señor”, a diferencia de las primeras lecturas en que se decía “palabra de Dios”. Ahora ha sido el mismo Jesucristo quien nos ha hablado. Por eso la asamblea responde: “Gloria a Ti, Señor Jesús.”
22 Si es misa episcopal o papal, el diácono lleva el evangeliario para que lo bese el obispo o el papa. Éste da ahora la bendición con el mismo libro, para que esa palabra nos penetre más profundamente.
23 A veces se llama explicación del evangelio; pero no es exactamente eso. A veces se llama sermón; pero tampoco es exactamente eso. Sermón suele ser en otra clase de reuniones donde es el centro de la reunión. La homilía no es el centro en la misa. Y comienza la homilía. Puede llamarse de varias maneras:
24 La homilía es una cierta explicación del texto; pero no debe ser como una clase. Es como dar vida a ese texto. Es como resaltar el carácter de palabra viviente y eficaz hacia el corazón de la comunidad, de modo que impulse a vivir lo que acabamos de escuchar.
25 Es natural que, si el que predica quiere que los oyentes tengan una cierta vida, procure tenerla él. Cuanto más esa palabra le haya resonado en su interior, mejor podrá mostrar esa vida a los demás.
26 En el Apocalipsis hay una escena (cap. 10) donde un ángel se presenta ante el apóstol con un librito abierto. El apóstol se dispone a escribir lo que ve; pero escucha una voz: “Toma el librito y devóralo; te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel”.
27 Esto nos quiere decir que la palabra de Dios primero hay que “devorarla” para poderla predicar bien.
28 Automático
29 las devoraba en mi interior.
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31 y la alegría de mi corazón.
32 Porque tu nombre fue pronunciado sobre mí,
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34
35 las devo- raba en mi interior
36 Tus palabras eran abiertas
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38 Porque tu nombre fue pronunciado sobre mí,
39 oh Dios mío, Señor de los ejércitos. Hacer CLICK
40 En algunas comunidades, donde se pueda, la homilía puede hacerse “participada”. Se pueden dar pasos a algún o algunos testimonios sobre qué le ha suscitado la palabra de Dios. Esto puede hacerse sólo en algunas asambleas especiales, pues lleva mucho tiempo y no se puede hacer en asambleas normales de domingo. Para ello suele haber otra clase de reuniones.
41 La homilía normalmente la dice quien preside la misa. Pero no necesariamente. El que preside puede encargar a otro, concelebre o no concelebre, para que pronuncie la homilía. A veces con niños se hacen preguntas. Que sean pocas, pues la homilía no debe alargarse en comparación con el resto de la misa.
42 En muchos lugares se tiene, después de la homilía, un pequeño tiempo de silencio para que cada uno pueda dirigirse directamente con Dios sobre lo que nos ha sugerido la lectura de la palabra y la homilía.
43 Y viene la proclamación de la fe, que es el “Credo”. Es como un colofón de lo que hemos escuchado y meditado. Se tiene en los domingos y algunas otras fiestas. Se recita de pie, en voz alta para que se vea que estamos dispuestos a defender la fe hasta la muerte.
44 El Credo es un resumen de las principales verdades de nuestra religión. Recordando a san Pablo que nos dice que no podemos proclamar Señor a Jesucristo, si no es con la virtud del Espíritu santo, podemos decir que toda la proclamación del Credo es un don del Espíritu Santo.
45 Algunos dicen que la recitación del Credo es como un resto de cuando era frecuente el bautismo dentro de la misa. En estos casos tiene toda la razón de ser. Cuando no hay bautismo, que es lo ordinario, puede suponer poner al día, y en plan de creciendo, nuestra primera fe.
46 El Credo puede realizarse de varias maneras. Puede hacerse por medio de preguntas, como se hace antes del bautismo o el sábado santo, con diversas fórmulas. Lo normal es recitarlo seguido. Y puede hacerse de forma más breve, según el credo apostólico o algo más extenso, según los primeros concilios de Nicea y Constantinopla. Y puede hacerse recitado o cantado.
47 El Credo es importante porque nos une con toda la Iglesia. Y no sólo con los católicos, sino con los orientales ortodoxos y muchos de los protestantes, que admiten los primeros concilios. Lo que nos ha separado ha sido la interpreta- ción de ese credo.
48 Por eso la proclamación del Credo en las principales verdades que nos unen, debe servir de esperanza de que lleguemos a una mayor unión todos los que creemos en la Santísima Trinidad.
49 Hay conferencias episcopales que admiten letras de credos populares en que, además de profesar en la Santísima Trinidad, reconocemos valores que Dios nos ha dado para poderle glorificar y servir para nuestro bien.
50 Yo creo, Señor, yo creo, pero da más fuerza a mi fe. Automático
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52 Creo en Ti, Señor y Padre, Creador de cielo y tierra,
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54 Creo en Ti que hiciste al hombre según tu propia grandeza;
55 y sigues creando al mundo en cada día que empieza.
56 Yo creo, Señor, yo creo, pero da más fuerza a mi fe.
57 Ha- cer CLI CK
58 Y habiendo terminado el Credo y haciendo como puente para comenzar la liturgia del sacrificio, tenemos lo que se llama “la oración de los fieles”. A veces se llama “la plegaria universal”, porque pedimos por muchas cosas importantes.
59 En esas peticiones debemos huir de dos extremos: A veces pedimos sólo por cosas muy particulares de la asamblea, cuando la misa es de toda la Iglesia. Pero a veces se pide por tantas cosas que nos abruman.
60 Aunque tenga su repercusión en el devenir actual de la comunidad, la misa tiene una proyección universal, se debe abrir a las necesidades del mundo, especialmente de los que sufren por diversos males en el mundo. Con esta oración manifestamos más nuestra unión eclesial.
61 Puede ser que sea sólo un susurro; pero tiene la virtud, si uno está dispuesto, para entrar más unido con Cristo a la liturgia del sacrificio. El celebrante recoge en una súplica final todas las peticiones. Hemos terminado la liturgia de la palabra.
62 Automático Acabamos de oír tu Palabra repetida a través de los siglos
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65 Tu Palabra es susurro y no oímos.
66 nos rebota en los duros oídos;
67 y así estamos hambrien- tos y ciegos.
68 Tu Palabra es susurro y no oímos.
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70 nos encuentra sin vida y vacíos,
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72 Que María, la que mejor aceptó la palabra de Dios, interceda por nosotros. AMÉN