1 ¿Qué sabemos de esos locales que han sido –teniendo como centro un mostrador-, condensadores sociales y reservas de nuestra identidad? Había cientos de boliches diseminados por toda la ciudad, hoy queda un puñado que ha debido adaptarse para resistir vientos “progresistas” y globalizadores. Es innegable que muchos de nosotros conservamos recuerdos –más o menos lejanos- de algún boliche. Verán a continuación fotos de once bares y/o cafés. A cada imagen se adjuntan datos que ayudarán a identificarlos. Se trata de descubrir el nombre de cada uno. ¿PERDURAN AÚN LOS BOLICHES MONTEVIDEANOS EN LA MEMORIA COLECTIVA?
2 En este local ya funcionaba una pulpería a fines del siglo XVIII. Un hecho dramático ocurrió aquí la noche del 15 de abril de 1794: un marinero mató al encargado del bar, robó lo recaudado y huyó a Buenos Aires. Desde entonces el boliche es conocido por el nombre de la herramienta empleada en el asesinato.
3 Este bar de la calle Yí abrió sus puertas en 1957. En 1961 lo compraron José Mosquera y Gregorio Ferrón quienes le imprimieron al sitio una impronta memorable de “respeto y seriedad”. Si bien siempre fue punto de encuentro de cantores y poetas estaba prohibido cantar.
4 Juan Ursi, fundador del bar (1906) e iniciador de la venta de cañas con un toque muy especial, fue quien hizo célebre en los años veinte este rincón de Montevideo, casi oculto entre los plátanos de la calle Luis A. de Herrera. Dentro de su concurrencia se encuentran muchas personalidades como Peloduro, José luis Zorrilla, Carlos Brusa, Milton Fornaro y Horacio Buscaglia.
5 Este local de la calle Ituzaingó fue fundado en 1877, así lo testimonia el escalón de mármol que está en la entrada. Es el último exponente de los notables cafés montevideanos del 900, como lo fueron el Polo Bamba, el Tupí Nambá y el Ateneo. El ritmo de la ciudad se detiene en la puerta y cede el paso a un remanso cada día más apreciado. José Enrique Rodó frecuentaba una mesa junto a la ventana, pero también en estos tiempos leen, apuntan y corrigen sus obras Eduardo Galeano, Mario Benedetti y Jaime Roos entre tantos otros.
6 Solitario en medio del barrio Punta Carretas, este comercio apareció en 1919 como almacén y bar de pescadores, visitado por personajes tan distintos como Carlos Roxlo, José Luis Zorrilla y hasta Gardel y Razzano más de una vez “calentaron el pico” en este boliche antes de ir a una actuación. Entre su clientela de los últimos 50 años, figuran Alfredo Zitarrosa, Osiris Rodriguez Castillos, las cantantes Estela Magnone y Francis Andreu, Obdulio Varela y dos grandes “Pepes”, Schiaffino y Sasía. A fines del siglo pasado fue calificado por la revista “Time” como uno de los mejores cien bares del mundo.
7 Una noche primaveral de 1992, el actor italiano Gian María Volonté se sentó en un rincón del bar, dejó vagar su mirada desde el mostrador hasta las fotos en blanco y negro de la pared y dijo: “Este es un sitio donde vale la pena morir de madrugada”. Este local de la calle Ciudadela, mezcla de pub escocés y museo de la vida, permanece desde 1895 unido al destino cambiante del Mercado Central, hoy demolido. Augusto López, su fundador, fue un apasionado inventor de tragos. Aquí cantó a capella Gardel en 1933, testimonio de ello es una foto suya autografiada que aún se aprecia en la pared. Entre sus visitantes legendarios se recuerdan Pedro Figari, Florencio Sánchez, Pichuco Troilo, Wimpi, Carlos Solé, Fito Páez, Joaquín Sabina y se destaca –hace pocos días- la presencia de Michelle Bachelet, presidenta de Chile.
8 Desde que el Mercado del Puerto fue concebido como mercado de abasto en 1868, se estableció este comercio en el giro de almacén de ramos generales. En 1930 fue convertido en bar por el hijo de su fundador. En este ambiente donde alternan estudiantes, turistas, amantes, chantas, artistas, oficinistas y obreros del puerto el boliche ganó fama por sus originales sandwiches de mariscos y su trago característico, mezcla de vino blanco seco y espumante. En su mostrador se acodaron, más de una vez, José E. Rodó, Felisberto Hernández, Juan Zorrilla de San Martín, Rosa Montero y hasta el iracundo Enrico Caruso recaló en este bar tras ser silbado en el Teatro Solís. Luego de tomarse unos tragos, limpió las suelas de sus botines con las manos y juró allí mismo no volver nunca más al Uruguay.
9 Decían que era “la trastienda del poder” pues estaba muy próximo a la antigua Casa de Gobierno. No extraña saber entonces que presidentes como Juan José de Amézaga, Alfredo Baldomir o Luis Batlle Berres estuvieron alguna vez por aquí para aflojar tensiones y saborear las famosas pizzas del lugar. Al igual que los boliches “El Volcán” y el “Gran Sportman” los parroquianos de éste fundaron su propio cuadro de fútbol. Ha sido escenario de filmaciones de comedias, entrevistas y comerciales como “El grito del canilla”. Visitantes ilustres: “Minguito” Altavista, Luis Sandrini, Rod Stewart y “Los Plateros” que supieron cantar a capella alguna de sus famosas canciones.
10 Los estudiantes de los institutos que lo rodean le llamaban “el bar de los nervios” debido a que en sus mesas se hacían los últimos repasos para un exámen, se iniciaba un amor o porque se transformaba en refugio ante la represión policial a las manifestaciones estudiantiles de los años setenta. Si bien hace más de 110 años que ocupa la misma esquina céntrica, el edificio original fue demolido en 1979, y aunque permanecieron los dueños y los parroquianos, el escenario ya no fue el mismo. Se recuerdan las presencias de Luis Hierro Gambardella, Maneco Flores Mora, Claudio Williman, o las de Jorge Luis Borges –infaltable cuando venía a Montevideo-. También estuvo “Lula”, que prometió volver cuando fuera presidente.
11 “El carnaval de la ciencia y la ciencia del carnaval, se sientan en la mesa uno, pero cada uno es cada cual”. Se atribuye este verso a un conocido cirujano que lo dijo en una de las tradicionales reuniones en la “mesa uno” de este bar, que lleva su nombre en homenaje a la famosa torre de la Catedral de Sevilla. El vínculo entre la medicina y el carnaval surge por la ubicación del boliche entre hospitales y sanatorios y porque desde 1977, los integrantes de grupos como los Bubys, los Adams, Diablos Verdes y Falta y Resto hacen una parada allí después de alguna actuación. Fundado en 1943 por los hermanos Alberto y Cándido Fernández Nuñez, recuerda con legítimo orgullo a sus clientes científicos como Peluffo, Giguens, Queirolo o Leborgne y a figuras del carnaval como “El Gallego” Vidal o “Pinocho” Sosa. Y entre sus méritos históricos se le atribuye el de haber vendido el primer casillero de Coca Cola en el país.
12 En una de las mesas que dan al ventanal de la calle Maldonado solía sentarse Julio César Castro, Juceca,. A veces solo, a veces con Inés. Tomaba un cafecito y en ocasiones hacía apuntes o se sumergía en la lectura. Una vez un parroquiano, que lo miraba entre trago y trago, no pudo contener su curiosidad y le preguntó: - Perdone amigo…¿qué lee?. - La balsa de piedra, de Saramago. - Ah!...Pero una balsa de piedra se hunde. - No sé –dijo Juceca-. Voy por la mitad. Surgido en la década del 40 el establecimiento sito en Jackson y Maldonado, era un típico almacén de barrio con la vivienda en el piso de arriba. En los años noventa se convertiría en el bar que hoy es. Alguna vez recibió la discreta visita de Pepita “La Pistolera”, que compró una cerveza y salió sin ser notada por Jackson rumbo a Rivera.