San José de Copertino 18 de Septiembre.

1 San José de Copertino 18 de Septiembre ...
Author: Emilia Ortiz Romero
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1 San José de Copertino 18 de Septiembre

2 San José de Copertino (o de Cupertino) era un fraile franciscano conventual muy sencillo, con una profunda devoción a la Eucaristía y a la Virgen; pero que es conocido como el Santo de los vuelos, por los muchos éxtasis y levitaciones que se narran en su vida. El santo que más ha volado. Por eso es patrono de pilotos, astronautas, aviadores y viajeros de avión.

3 Como a san José de Copertino le costaba muchísimo el estudiar, o mejor dicho quedarse con lo que había estudiado, es patrono también de los estudiantes o de los que tienen gran dificultad para los estudios y exámenes.

4 Lo que sí era bueno era para rezar. “Rezar, no cansarse nunca de rezarLo que sí era bueno era para rezar. “Rezar, no cansarse nunca de rezar. Que Dios no es sordo ni el cielo es de bronce. Todo el que le pide, recibe”, afirmaba San José de Copertino. Se distinguió por su sencillez y su obediencia. Se puede decir que su vida es el triunfo de la sencillez y la humildad.

5 Nació en Copertino, al sur de Italia, el 17 de junio de de 1603, último hijo del matrimonio Félix Desa y Francisquita Panaca: Familia muy pobre, pero honrada. Su madre le dio a luz en un establo, no lejos de su casa, huyendo de los jueces que buscaban al marido, quien por ayudar a amigos necesitados, pero poco de fiar, se había cargado de deudas.

6 En el bautismo, celebrado el mismo día del nacimiento, le pusieron el nombre de José. Tuvo una hermana, Livia, y otros cuatro hermanos que murieron siendo muy niños. La madre, que era bastante severa, no le consentía el menor desliz o travesura, castigándole duramente. Así el niño, que era enfermizo y de pocos alcances, se fue haciendo de carácter más retraído. Iglesia en Copertino

7 A pesar de su pobreza, la madre pudo llevar a José a una escuelaA pesar de su pobreza, la madre pudo llevar a José a una escuela. Pero como era de poco alcance intelectual, no hacía progresos. Siempre estaba distraído, era incapaz de mantener un diálogo, de sostener algo sin dejarlo caer. En fin, en la clase quedaba pensando en otra cosa, con la mirada perdida, en una actitud que sus compañeros le pusieron el apelativo de «boca abierta».

8 En compensación de estas penurias económicas, abundaba aquella familia en caudales de fe tradicional y buenas costumbres, por lo que el pequeño fue educado en el santo temor de Dios y la mayor pureza de vida. Para ponerle bajo la protección de la Santísima Virgen, le añadieron en la confirmación el sobrenombre de María. Así que se llamaba José María, pero todos le llamaban sólo José.

9 Para lo único que tenía gran habilidad era para orar y mortificarse.Se pasaba largas horas de rodillas en la iglesia, y ni se preocupaba de comer. La gente lo despreciaba y lo creía poca cosa. Pero lo que no sabían era que en sus deberes de piedad era extraordinariamente fervoroso y que su oración era sumamente agradable a Dios, el cual le iba a responder luego de maneras maravillosas.

10 Muy pronto el niño José tuvo que abandonar la escuela por una grave enfermedad, un tumor canceroso que apareció en una nalga, que le tuvo inmovilizado por más de cinco años. El mal olor que despedía la herida hizo que no tuviese muchas visitas, lo que le obligó a pasar la infancia en soledad y con mucha paciencia. Casa paterna

11 Después de una operación inútil en el Hospital de Inválidos de Nápoles, su madre lo llevó al santuario de Santa María de las Gracias, en Galatone (Pulla), donde después de ungirle con el óleo de la lámpara votiva, José volvió a Copertino por su propio pie. Se creyó que fue un milagro. Era ya un adolescente.

12 En vista de que el estudiar era para él tiempo perdido, le sacaron de la escuela sin saber leer y, para que ayudase a aliviar las angustias domésticas, le pusieron sus padres como aprendiz en la zapatería del pueblo. No era muy complicado este oficio de artesanía; mas la ineptitud de José para los estudios corrió pareja con la que mostraba en este aprendizaje. Desechado como inútil por el maestro zapatero, hubo de quedarse en su propia casa.

13 Como para nada servía, se dedicó a una vida de oración y caridad, prestando a todos, con mejor gana que acierto, sus pobres servicios. Siempre había querido hacerse religioso; pero al llegar a la edad de 17 años lo deseó vivamente. Le atraía el convento de la Grotella y su Virgen, pero temía que los franciscanos conventuales no lo recibieran, por su poca ciencia y por no tener recursos.

14 Un día, el muchacho anuncia que quiere hacerse religioso, y a sus padres se les abre el Cielo pensando que, al fin, iban a quitar aquel trasto de casa. Pero no habían previsto los fracasos y las negativas. Como tenía dos tíos entre los franciscanos conventuales reformados, hacia allí dirige sus pasos. Gracias a la eficaz recomendación de sus tíos, fue admitido como lego, ya que, por su ineptitud para las letras, no podía aspirar al sacerdocio.

15 Viéndose en la casa de Dios, se acrecentaron sus fervores, de tal modo que sólo se preocupaba de orar y hacer penitencia, pero descuidando y realizando mal los encargos que se le hacían. Todos reconocieron que era muy santo, pero inútil para la vida de comunidad, pues no servía ni para pelar patatas o fregar platos, por lo que hubieron de despedirle del convento, con gran pena de todos.

16 Fracasado este primer intento, pensó en pedir el hábito en otra Orden y, en 1620, llamó a las puertas del convento que tenían los capuchinos en Martina Franca. El ambiente de pobreza y recogimiento de aquella casa encantó a José. Los religiosos también quedaron gratamente impresionados al ver su profunda humildad y oírle hablar de las cosas divinas con tanto fervor, por lo que, a modo de prueba, le recibieron entre los hermanos legos.

17 Pronto se dieron cuenta que no servía para nada prácticoPronto se dieron cuenta que no servía para nada práctico. Además la santidad de aquel postulante no parecía muy sólida, ya que lo que le sobraba de oración, le faltaba de obediencia, pues se olvidaba de los encargos o los hacía al revés. A su capacidad deficiente en lo intelectual, se le añadieron raras enfermedades en los ojos y en las rodillas, por lo que hubieron de despedirle con pena por inservible a los ocho meses.

18 No hubo nadie capaz de comprenderle, nadie que llegase a sospechar que había algo extraordinario en aquel muchacho. Sólo averiguaron una cosa: que era inmensamente idiota, ridículo y distraído. Para aprender a llenar de agua las jarras del refectorio, tardó más de un mes; no llegaba a distinguir el pan blanco del pan negro; y en medio de sus tareas en el refectorio, regaba de sopas el suelo, volcaba las jarras y rompía los platos.

19 Por vergüenza no regresó a CopertinoPor vergüenza no regresó a Copertino. Se fue a Avetrana, donde su tío predicaba la Cuaresma. Éste le comunicó que su padre había muerto, y que ahora la justicia lo buscaba a él, por ser el heredero de las deudas. Lo llevó en secreto al convento de Copertino, donde su otro tío lo trató de ignorante e inconstante, negándole el acceso a la vida religiosa. Así que fue hacia la casa paterna.

20 Su madre le recibió de malos modos diciéndole: «Cuando te han echado de una casa de Dios, algo malo habrás hecho». José buscó refugio en la casa de un familiar rico que también llegó a echarlo a la calle diciendo que el joven no era bueno para nada. Insultado y rechazado, el joven se echa a peregrinar, y con una paciencia inalterable, investiga la voluntad de Dios con respecto a él.

21 Su madre lo envió a su hermano, un fraile franciscano, que se encontraba predicando en ese momento en Vetrara, al que rogó y suplicó con gran insistencia, lo admitiera en su convento. Este tío suyo, compadecido y edificado al ver la humildad de José, se animó a recomendarle a sus hermanos de la pequeña residencia de Santa María de Grotella, donde fue admitido, en 1621, como mero oblato, para ayudar en los servicios más ínfimos.

22 Su humildad, su dulzura, su amor por la mortificación y la penitencia, fueron apreciados como oro de santidad, encubierto bajo las deficiencias del joven, por aquellos hermanos, religiosos de mucho espíritu, de manera que se granjeó el afecto y el respeto de los mismos. Aquellos padres conventuales, religiosos de mucho espíritu, supieron apreciar la santidad, encubierta bajo la escoria de las deficiencias del joven oblato.

23 Poco a poco los religiosos fueron observando a aquel silencioso joven, y descubriendo brasas que humeaban bajo la áspera ceniza. Siempre alegre, sonriente y aceptando las humillaciones con angélico desapego, su lenguaje revelaba una conmovedora simplicidad de corazón y pureza de alma.

24 Sorprendido leyendo frecuentemente para superar su ignorancia, fue orientado al sacerdocio, aunque era muy poco lo que podían conseguir de él. Resultaba imposible meter en su mollera el más pequeño de los Evangelios Dominicales, y, sin embargo, a veces dice cosas bellas sobre Dios. Se empeñan en hacerle sacerdote. «Para rezar la misa de cada día, le dicen, ya sabes bastante.»

25 Mientras tanto, su amor a Dios lo hacía aspirar al sacerdocioMientras tanto, su amor a Dios lo hacía aspirar al sacerdocio. Aunque algunos no creían que fuera capaz de tanto, sus superiores le permitieron empezar los estudios. A duras penas cursó los años de filosofía; cuando llegaban los exámenes, se sentía tan inseguro que muchas veces era incapaz de responder. Pero la Providencia no lo desamparaba.

26 El humilde fray José, al verse tonsurado y recibido entre los aspirantes al sacerdocio, se llenó de santo júbilo; pero no cesaron por eso sus amarguras, pues el nuevo género de vida le obligaba a dedicar largas horas al estudio y sus cortas facultades mentales no daban para tanto. Las letras no entraban en su cabeza y a duras penas logró aprender a traducir el sencillo lenguaje evangélico. Cada examen era para él un martirio y un fracaso.

27 Mas sus progresos en la virtud eran extraordinarios y compensaban este retardo mental; en vista de ello, sus superiores decidieron en 1626 concederle la profesión, al terminar su noviciado, y hasta le dispensaron de los exámenes, para que el señor obispo de Nardó, don Jerónimo de Franchis, le concediera las órdenes menores y el subdiaconado, que recibió el 30 de enero y el 27 de febrero respectivamente.

28 Lo pusieron a estudiar para el sacerdocio, pero cuando tenía exámenes, José se trababa y no era capaz de responder. Llegó el examen para el diaconado y la única frase del Evangelio que el fraile sabía explicar era: “Bendito el fruto de tu vientre, Jesús”. El examinador dijo que abriría la Biblia y leería una frase al azar para escuchar la interpretación. José estaba asustadísimo y la providencia quiso que el pasaje escogido fuera el único que era capaz de explicar.

29 Unos meses más tarde hubo de sufrir otro examen antes de ordenarse sacerdote. Con él se hallaban en el palacio episcopal otros muchos clérigos; todos iban respondiendo brillantemente, cuando, en el momento de llegarle la vez a José, el obispo se cansó de examinar (o parece ser que le llamaban para otro asunto importante) y, pensando que todos estarían igual de preparados, los aprobó a todos en masa. Era en 1628.

30 El 18 de marzo de 1628 recibió la ordenación sacerdotalEl 18 de marzo de 1628 recibió la ordenación sacerdotal. La ordenación fue en Poggiardo, por conveniencias del obispo, aunque era de otra diócesis.

31 Como reconocía que su ordenación era un singular favor de la Santísima Virgen de la Grotella, en este reducido santuario quiso celebrar su primera misa, para dedicar las primicias del sacerdocio a su celestial Madre.

32 Ordenado sacerdote en 1628, se retiró a una incómoda celda, se despojó de todo lo que le había sido acordado por la regla y, arrojándose al pie del crucifijo: Señor, exclamó, heme aquí despojado de todas las cosas creadas, sé tú mi único tesoro; considero todo otro bien como un peligro, como la pérdida de mi alma.

33 En el centro de su jornada estaba la celebración de la eucaristía, a la que seguían largas horas de adoración ante el sagrario. Según la tradición franciscana más genuina, se sentía fascinado y conmovido por los misterios de la encarnación y la pasión del Señor.

34 Sabiendo que no tenía cualidades especiales para la predicación y enseñanza, una vez que fue ordenado de sacerdote, se dedicó a ofrecer penitencias y oraciones por los pecadores. Por su intercesión en vida Dios obró muchos milagros y con ellos logró la conversión de muchos.

35 Un caso único y raro. Desde el día de su ordenación sacerdotal su vida fue una serie no interrumpida de éxtasis, curaciones milagrosas y sucesos sobrenaturales en un grado tal que no se conocen en semejante cantidad en ningún otro santo.

36 El apostolado de este fraile simple dejaba admirados a sus paisanos, que lo buscaban y admiraban. Pero fue un éxtasis, en que lo vieron levantarse por encima del púlpito, lo que lo consagró ante el pueblo como un fraile excelente. La gente se le abalanzaba, le quitaban los objetos personales, le cortaban trozos de su hábito. El ministro provincial creyó que sería bueno aprovecharlo para despertar la santidad de sus religiosos, y lo envió a visitar numerosos conventos de la región de Puglia.

37 San José de Copertino vivió de la fe y del abandono más radical en el Señor, del que aprendía la sabiduría del Evangelio para traducirla luego en un lenguaje sencillo y comprensible para todos. Quienes se encontraban con él escuchaban con gusto sus palabras, porque, como cuentan sus biógrafos, aun siendo ignorante de lengua y escaso de caligrafía, cuando hablaba de Dios se transformaba.

38 A los íntimos consuelos que le produjo la ordenación sacerdotal, sucedió una acidez sombría; a la santa despreocupación de otros tiempos, las más violentas tentaciones.

39 Pero también le vinieron consuelosPero también le vinieron consuelos. «Me quejaba mucho a Dios de Dios, decía más tarde; yo lo había dejado todo por Él, y Él, en vez de consolarme, me abandonaba a una angustia mortal. Un día, mientras yo gemía sumergido en mi dolor (sólo de pensarlo me siento morir), un religioso llamó a la puerta de mi celda. No contesté; pero él entró y me dijo: «Fray José, ¿qué os pasa? Aquí estoy para serviros.

40 Tomad esta túnica, pues he pensado que no teníaisTomad esta túnica, pues he pensado que no teníais.» Y, efectivamente, mi túnica se me caía a pedazos. Inmediatamente me puse la que me tendía el desconocido, y en el mismo instante desapareció toda mi desesperación. Nunca he logrado saber quién fue el que me trajo aquella túnica milagrosa.»

41 Todo en la vida de San José de Copertino tiene este carácter mágico y novelesco. Y, sin embargo, todo está plenamente averiguado. Lo prodigioso empezó a revelarse de tal modo, que sus compatriotas tenían los ojos fijos en él. Las muchedumbres le seguían.

42 Es verdad que no estaba muy versado en las ciencias humanas, al punto que se llamaba a sí mismo “Fray Burro”. A pesar de ello, la gracia divina le concedía mucha sabiduría y luces sobrenaturales, de modo que no solamente aventajaba al común de los hombres en el aprendizaje de doctrinas, sino que se mostraba hábil en resolver las más intrincadas cuestiones que se le presentaran.

43 Como estos sucesos tan raros podían producir verdaderos movimientos de exagerado fervor entre el pueblo, los superiores le prohibieron celebrar misa en público, ir a rezar en comunidad con los demás religiosos, asistir al comedor cuando estaban los otros allí, y concurrir a las procesiones u otras reuniones públicas de devoción.

44 No todo fueron glorias y alegrías. Tuvo muchas dificultades y enemigos.Incluso fue acusado de estar endemoniado por quienes no podían comprender cómo un hombre tan "torpe" podía ser espiritual o tener sintonía con Dios. Pero esta es la gran lección de la vida de San José de Cupertino: lo que el mundo desprecia, DIOS lo eleva, lo elige y lo hace destacar como particularmente suyo.

45 Algunos miembros del clero y de la nobleza de Giovinazzo, donde tuvo levitaciones en la catedral y en el monasterio de San Juan Bautista, lo denunciaron ante el tribunal del Santo Oficio de Nápoles. El Santo fue obligado a abandonar el convento de la Grotella el 21 de octubre de 1638, para acercarse a Nápoles, con el fin de responder ante la Inquisición local acerca de los éxtasis y vuelos que le acompañaban.

46 El 29 de noviembre, en el segundo interrogatorio, ante la presencia de los propios jueces inquisitoriales, en la capilla del monasterio femenino de San Gregorio de Armenia, se repitieron éxtasis y vuelos.

47 Las actas del proceso napolitano fueron enviadas a Roma, al Santo Oficio, quien las estudió y discutió en presencia del Papa Urbano VIII. La Congregación del Santo Oficio absolvió al Santo de la imputación de santidad fingida y de abuso de credulidad popular, pero le prohibía, el 18 de febrero de 1639, que volviese al convento de la Grotella, obligándole a residir en un lugar donde pudiese ser vigilado fácilmente por algún miembro del tribunal de la Inquisición.

48 En 1639 fue destinado al observante convento de Asís, donde le sobrevinieron graves crisis de aridez espiritual y lúbricas tentaciones, a lo que se juntaron otras penosas enfermedades y humillaciones. Pero allí prodigó los milagros, compuso discordias, purificó las costumbres y evitó una sangrienta revuelta, por todo lo cual llegó a merecer que las autoridades y el pueblo le proclamasen hijo adoptivo de aquella histórica ciudad de Asís.

49 Esta serie de éxitos ruidosos despertó otra ola de nuevas contradicciones y hasta de diabólicas venganzas. Allí experimentó ataques externos del demonio vencidos por la sencillez del santo y la confianza plena en Dios.

50 Muchos enemigos empezaron a decir que todo esto eran meros inventos y lo acusaban de engañador.Fue enviado al Superior General de los Franciscanos en Roma y este al darse cuenta que era tan piadoso y tan humilde, reconoció que no estaba fingiendo nada. Lo llevaron luego donde el Sumo Pontífice Urbano VIII el cual deseaba saber si era cierto o no lo que le contaban de los éxtasis y de las levitaciones del frailecito. Y estando hablando con el Papa, quedó fray José en éxtasis y se fue elevando por el aire.

51 El largo y complicado proceso ocasionó varios traslados desde una a otra casa de los capuchinos, pero Fray José de Copertino siempre conservó su paciencia y alegría de espíritu, sometiéndose con confianza a los designios de la Providencia.

52 Por todo ello no se enorgullecíaPor todo ello no se enorgullecía. Por eso no se llamaba fray José, sino fray Asno. Recordaba, sin duda, aquellas palabras que San Alfonso Rodríguez decía a San Pedro Claver: «En todas estas dificultades, ¿por qué no haré yo como un asno? Si hablan mal de él, se calla; si le hieren, se calla; si le olvidan, se calla; si le niegan el pienso, se calla; si le hacen andar, se calla; si le desprecian, se calla; si le cargan más de lo que puede llevar, se calla; en una palabra: por mucho que se diga de él o se haga con él, jamás se queja.»

53 Por su simplicidad, por su paciencia, por la rudeza de su figura, por su carácter bonachón, por su ignorancia, por su asiduidad a las faenas más groseras, por su prontitud en llevar la cargas más pesadas sin discutir, sin regañar, andando lentamente y con la cabeza inclinada, fray José tenía, ciertamente, alguna semejanza con ese humilde animal; y hasta le recordaba en la terquedad de su temperamento, vencida sólo por la obediencia o transfigurada por el don de Dios.

54 En contra de los ataques del demonio, José gozaba sin embargo de la compañía de los ángeles, viéndolos muchas veces personalmente y con ellos conversando como de amigo a amigo. Su devoción al misterio de la natividad de Nuestro Señor era profunda. Muchas veces el Niño Jesús se le aparecía. Tomándolo en los brazos, lo acariciaba y le decía las palabras más tiernas que podía concebir.

55 En el Convento de Asís fray José permaneció por espacio de catorce años. Al principio los favores divinos, éxtasis y levitaciones, así como otros milagros, fueron poco frecuentes, pero se intensificaron posteriormente, lo que hizo que muchas personas, de toda condición y clase, eclesiásticos y civiles, recurriesen al Santo para pedirle consejo y ayuda. A Asís vendrá, para encontrarse con el Santo que volaba, gente de la alta alcurnia europea.

56 Sufrió mucho cuando los jueces del Santo Oficio le prohibieron todo contacto con los seglares y con los religiosos del Sacro Convento, aún la participación a los actos de culto: la Misa, la predicación, las novenas..., por lo que decía triste a un hermano: Si alguno pregunta por mí, respóndele que soy un hombre muerto. Los otros religiosos son felices porque van a la iglesia, al coro y a cuanto pide la obediencia. Yo, sin embargo, soy inútil y no soy bueno para nada”. Pero con sencillez y humildad repetía: “Mi voluntad es como un ciego guiado por el perrillo del querer de los superiores”.

57 Después de tantos años en el Sacro Convento de Asís, de improviso llega una orden del Santo Oficio, con fecha de 19 de julio de 1653, ordenando el traslado del Santo, de Asís al convento de San Lázaro de los Capuchinos en Pietrarubbia (Macerata), con la obligación de permanecer entre dichos religiosos como prisionero. No podía salir de su celda, excepción hecha para celebrar o escuchar la Santa Misa. Le estaba prohibido hablar con cualquier persona, excepto con los frailes del eremitorio; y no podía ni escribir ni recibir cartas.

58 La Misa le duraba normalmente dos horas, por lo que el guardián del convento estaba preocupado por la cera que gastaba. Un día San José de Cupertino le puso la mano sobre el hombro y le dijo: “¿Y te preocupas de esto, mi padre guardián? ¡Déjame obrar a mi. Mañana enviaré a pedir limosna a mi viejete! Se refería a San Félix de Cantalicio, muerto hacía pocos años. Al día siguiente trajeron dos grandes cirios semejantes a los consumidos. El Santo le dice sonriendo al guardián: ¡Cuánto nos quiere este viejete!

59 Pero al repetirse como en Asís los fenómenos místicos, mucha gente acudía a Pietrarubbia, para encontrarse con el Santo, por lo que en septiembre del mismo año 1653, fue trasladado nuevamente. Decía a los enviados de la Inquisición: “¿Dónde me lleváis?”. Pero no quisieron decírselo. Y José preguntaba, insistiendo: “¿Estará Dios allí donde me lleváis?”. Y ante la obvia respuesta, decía sonriendo: “¡Entonces, vamos alegremente! ¡El Crucificado nos ayudará!”.

60 Secretamente lo condujeron al eremitorio de Fossombrone, también capuchino, obligándole a las restricciones impuestas en Pietrarubbia, aunque suavizadas por el aprecio fraterno con que le acogieron los capuchinos, que gozaron de sus éxtasis y de su alegre serenidad.

61 Tres años después de vivir entre los Capuchinos, el Papa Alejandro VII, el 12 de junio de 1656, decretaba la restitución del fraile conventual a su Orden. Se pensó en devolverlo al Sacro Convento de Asís. Expuesto el proyecto al Papa, respondió: “No lo queremos en aquel Santuario. Basta allí con San Francisco para atraer la veneración de las gentes de todas las partes”. Se le destinó al convento de San Francisco de Osimo (Ancona).

62 Al conocer la buena noticia, el Santo dijo a los que tenía a su alrededor: “¡Ahora muero contento, porque muero entre mis frailes!”. Llegaba a su nueva casa el 9 de julio de Aquí vivió por espacio de siete años. Fue una bendición para el convento y para la ciudad de Osimo.

63 Desde que llegó a la que iba a ser su última morada, hasta que enfermó en ella el 10 de agosto de 1663, puede decirse que pasó el ocaso de su vida en un continuado y dulcísimo rapto. Hubieron de separarle de la comunidad y señalarle un oratorio interior, para que celebrase con sus extraordinarios fervores el santo sacrificio.

64 En Osimo, donde el santo pasó sus últimos seis años, un día los demás religiosos lo vieron elevarse hasta una estatua de la Virgen María que estaba a tres metros y medio de altura, y darle un beso al Niño Jesús, y allí junto a la Madre y al Niño se quedó un buen rato rezando con intensa emoción, suspendido por los aires.

65 El día de la Asunción de la Virgen en el año 1663, un mes antes de su muerte, celebró su última misa. Y estando celebrando quedó suspendido por los aires como si estuviera con el mismo Dios en el cielo. Muchos testigos presenciaron este suceso.

66 A primeros de septiembre de 1663 comenzó a sentir una fiebre muy alta y dijo a sus hermanos: “El borriquillo comienza a subir el monte”. A su médico que le pedía que rezase para alcanzar una curación milagrosa, le respondió: “¡Médico, tu no me enseñas bien! ¡La voluntad de Dios, la voluntad de Dios hay que hacer!... He recibido muchísimas gracias de la Madre de Dios, y recibiría también ésta si se la pidiese. Pero no quiero hacerlo, porque la vida y la muerte las he puesto completamente en la voluntad de Dios: que haga de mí a su modo”

67 El 16 de septiembre hablaba con dificultad y decía: “El borriquillo ha llegado a la cima del monte. Querría descansar, pero es necesario que complete el camino”. Se preparó para el trance final con singular fervor, y pidió él mismo que le administrasen los últimos sacramentos.

68 Aunque yacía consumido por la fiebre en su pobrísimo lecho, al sentir el toque de la campanilla que anunciaba la proximidad del viático, como impulsado por el resorte de su amor, dio su postrer vuelo para salir, de rodillas sobre el aire, al encuentro de Jesús, exclamando: «¡Oh, véase libre cuanto antes mi alma de la prisión de este cuerpo, para unirse con Vos!»

69 Después entró en suave agonía, fijos los ojos siempre en lo alto y repitiendo el “Deseo partir y estar con Cristo...” Se preparó como un muerto, con las manos en el pecho y los ojos levantados. A medida que respondía a la oración de los moribundos, un gozo interior iluminaba su rostro demacrado. Parecía reír, por exceso de placer.

70 Sus últimas palabras fueron: Monstra te esse MatremSus últimas palabras fueron: Monstra te esse Matrem..., del himno a la Virgen «Ave, maris stella». Entrada la ya noche, aún sonrió dos veces, y expiró. Era el 18 de septiembre de Tenía sesenta años.

71 Fue sepultado en la capilla de la Inmaculada de la iglesia conventual de San Francisco de Osimo. Muy pronto comenzaron a manifestarse sobre su sepulcro numerosos milagros, que incrementó la devoción popular, y condujeron a José de Copertino al honor de los altares.

72 Fue beatificado el 24 de febrero de 1753 por Benedicto XIV, y canonizado el 16 de julio de 1767 por Clemente XIII.

73 Su cuerpo está expuesto para la veneración en su Santuario de Osimo.

74 San José de Copertino tuvo en su vida varias clases de éxtasisSan José de Copertino tuvo en su vida varias clases de éxtasis. La Iglesia católica llama éxtasis a un estado de elevación del alma hacia lo sobrenatural, durante lo cual la persona se libra momentáneamente del influjo de los sentidos (no oye, no siente) para dedicarse a contemplar lo que pertenece a la divinidad. Su vida reluce el gran poder misericordioso de Dios.

75 Podía estar en dos lugares a la vez.El don de estar en dos lugares al mismo tiempo se llama bilocación o ubicuidad. Cuentan que cuando la madre de fray José estaba muriendo en el pueblo de Copertino, el Santo que estaba en Asís lo supo. El fraile entró con una gran luz al cuarto de su madre quien, después de verlo, partió a la Casa del Padre. Muchos lo pudieron constatar: que estaba en Asís.

76 Asimismo hizo recobrar la vista a un ciego poniéndole su capa sobre la cabeza. Los mancos y cojos eran sanados al besar el crucifijo que fray José ponía ante ellos. Los enfermos de una plaga de fiebre altísima fueron curados cuando el Santo les hacía la señal de la cruz sobre su frente. Se cuentan conversiones al ver los milagros.

77 Exorcizaba con una frase obediente.Sus superiores lo eligieron para exorcizar demonios, pero el Santo se consideraba indigno de hacerlo. Por ello usaba la siguiente frase contra los malignos: “Sal de esta persona si lo deseas, pero no lo hagas por mí, sino por la obediencia que le debo a mis superiores”. Y los demonios salían.

78 También tenía el don de leer los Corazones, era buen confesor y cuando un alma se acercaba a confesarse, él se podía dar cuenta de lo que a esta alma le atormentaba. Se sabe de multiplicación de panes y otros alimentos.

79 Fray José nunca aceptó ningún mérito por sus milagros, siempre se los acreditaba a su Madre María, a la cual siempre tuvo una gran devoción.

80 El Papa Benedicto XIV, conocido por su rigor en aceptar la autenticidad de hechos milagrosos, estudió cuidadosamente la vida de fray José y declaró que “todos estos hechos no pueden explicarse sin una intervención muy especial de Dios”, para luego beatificarlo en 1753.

81 Sobre estos dones que Dios le concedió, lo más famoso fue el don de levitación. Por eso se dice que San José de Cupertino ha sido el santo más volador. Bastaba oír el nombre de Jesús o de María, que él daba un pequeño grito y volaba rumbo al objeto amado. Si estaba en la iglesia, volaba hacia el altar de la Virgen o del Santísimo. Si en el jardín, a la copa de un árbol, permaneciendo arrodillado en la punta de una de sus ramas como si fuese el más leve pajarito.

82 Un domingo, fiesta del Buen Pastor, se encontró un corderito, lo echó al hombro, y al pensar en Jesús Buen Pastor, se fue elevando por los aires. Quedaba en éxtasis con mucha frecuencia durante la santa Misa, o cuando rezaba los Salmos. Durante los 17 años que estuvo en el convento de Grotella, sus compañeros de comunidad lo observaron 70 veces en éxtasis.

83 El más famoso sucedió cuando diez obreros deseaban llevar una pesada cruz a una alta montaña y no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por los aires con la cruz y la llevó hasta la cima del monte.

84 Cuando estaba en éxtasis lo pinchaban con agujas, le daban golpes con palos, y hasta le acercaban a sus dedos velas encendidas y no sentía nada. Lo único que lo hacía volver en sí, era oír la voz de su superior que lo llamaba a que fuera a cumplir con sus deberes. Cuando regresaba de sus éxtasis pedía perdón a sus compañeros diciéndoles: “Excusadme por estos ataques de mareos que me dan”.

85 Mientras tanto, el Santo incrementaba sus penitencias, eran más intensas sus mortificaciones y más rigurosos sus ayunos. Al repetirse los éxtasis públicos y los fenómenos de levitación, así como la fama de santidad, acompañada con muchos carismas, va a hacer que en torno al santo se reúna mucha gente del pueblo.

86 Como estos hechos «milagrosos» causaban no poco espanto y admiración, además de gran disturbio en la comunidad, los superiores tuvieron a bien decidir que Fray José no celebrara la misa en público ni participara en los actos comunitarios, como los cantos en el coro, las comidas y procesiones. Debía quedarse en su cuarto, donde se le preparó una capilla privada. El buen fraile lo aceptó todo con humilde y obediente resignación.

87 El centro de su espiritualidad era la EucaristíaEl centro de su espiritualidad era la Eucaristía. Decía que “con el misterio del Santísimo Sacramento, Dios nos ha dado todos los tesoros de la omnipotencia divina y nos ha revelado el camino de su divino amor”. Durante la Misa, frecuentemente se elevaba del suelo, caía a tierra, bailaba, lloraba, gritaba. A quien se extrañaba de estas cosas le explicaba: “Las personas que aman a Dios son como los borrachos que no están en sí y por lo tanto cantan, bailan y hacen cosas semejantes”.

88 Nadie se hace santo por tener dones sino por entregarlos amorosamente al servicio de Dios. Veamos algunas virtudes de San José de Copertino.

89 La humildad de fray José era constantemente probadaLa humildad de fray José era constantemente probada. Un día un hombre arrogante le dijo: “Impío, hipócrita, no por ti, pero por el hábito de religioso que llevas tengo que respetarte. Yo creería en todo lo que haces si con la señal de la cruz sobre mi llaga me sanas”. El contestó: “Todo lo que has dicho de mi es completamente cierto y haciendo la señal de la Cruz sobre las llagas quedaron sanadas totalmente.

90 Carecía de capacidad intelectual al punto de llamarse a sí mismo “Fray Burro”. Sin embargo, lleno de luces sobrenaturales, discurría en profundidad sobre materias teológicas y resolvía intrincados asuntos que se le presentaban.

91 Ejercitó totalmente el abandono y la obediencia, veía en la voz del superior, la voz del Señor y gozosamente obedecía. Por medio de su obediencia le entregaba a Dios no solamente su ser externo sino también su carne y deseos. Decía: «La obediencia es como un cuchillo por el cual se mata la voluntad del hombre y se le ofrece a Dios. Hace que el hombre se vaya conformando con el cielo».

92 El sufrió meses de aridez y sequedad espiritual (como Jesús en Getsemaní) pero después a base de mucha oración y de continua meditación, retornaba otra vez a la paz de su alma. A los que le consultaban problemas espirituales les daba siempre un remedio:”Rezar, no cansarse nunca de rezar. Que Dios no es sordo ni el cielo es de bronce. Todo el que le pide recibe”.

93 Y ¿qué decir de su devoción filial y conmovedora a la santísima VirgenY ¿qué decir de su devoción filial y conmovedora a la santísima Virgen? Desde la juventud aprendió a permanecer largos ratos en oración ante la Virgen de las Gracias, en el santuario de Galatone. Luego, se dedicaba a contemplar la imagen, tan querida para él, de la Virgen de la Grottella, que lo acompañó durante toda su vida. Por último, desde el convento de Osimo, donde pasó sus últimos años, dirigía a menudo la mirada hacia la basílica de Loreto, secular centro de devoción mariana.

94 Para él María fue una verdadera madre, con la que mantenía relaciones filiales de sencilla y sincera confianza. Aún hoy repite a los devotos que recurren a él: "Esta es nuestra protectora, señora, patrona, madre, esposa y auxiliadora". A la Virgen la llamaba con mucho amor: «mi mamá».

95 Como decía san Juan Pablo II:«En san José de Cupertino, muy querido por el pueblo, resplandece la sabiduría de los pequeños y el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas. A través de toda su existencia indica el camino que lleva a la auténtica alegría, aun en medio de las pruebas y tribulaciones: una alegría que viene de lo alto y nace del amor a Dios y a los hermanos, fruto de una larga y ardua búsqueda del verdadero bien y, precisamente por esto, contagiosa para cuantos entran en contacto con ella.»

96 ¡Que Dios nos enseñe con estos hechos tan maravillosos, que El siempre enaltece a los que son humildes y los llena de gracias y de bendiciones! San José de Copertino, dentro de sus limitaciones, ofrecía al Señor todo su corazón. Esto es lo que quiere de cada uno de nosotros.

97 Aquí estoy, Señor, Automático

98 para hacer tu voluntad

99 Aquí estoy, Señor,

100 para hacer tu voluntad.

101 Yo esperaba con ansias al Señor;

102 El se inclinó y escuchó mi grito:

103 me puso en la boca un canto nuevo,

104  un himno a nuestro Dios.

105 Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,

106 y en cambio me abriste el oído;

107 Tu no pides sacrificio expiatorio

108 entonces yo digo: "Aquí estoy”.

109 Aquí estoy, Señor,

110 para hacer tu voluntad.

111 Aquí estoy, Señor,

112 para hacer tu voluntad. Como María AMÉN